Ní Háo – Xié xié (Hola – Gracias)
(Jaime Barrientos Proboste-Capitán de Alta Mar)
El
día había amanecido con menos nubosidad en Mechaico, pero todavía persistían
algunos chubascos por causa del pequeño frente frío que había afectado la costa
chilota desde el día anterior. Don Rigoberto, como de costumbre, llegó a la
hora para recogerme y llevarme a la Capitanía de Puerto de Ancud que dista unos
7 kilómetros de ese lugar apacible y rodeado de vegetación. La tarde anterior yo
había llegado al refugio familiar que por un par de años hasta ahora nos ha
acogido en esa tierra sureña que sorprende con sus paisajes naturales, la
hospitalidad de su gente nativa y sus costumbres y dichos tan peculiares que
todavía encantan a sus visitantes provenientes de diversos lugares geográficos
de vuestro cada vez más “pequeño planeta”. Son mayormente chilenos de la zona
central y no pocos europeos y de Norteamérica los que se han atrevido a hacer
su vida en diversos puntos del archipiélago de Chiloé. Es que la tierra, los
bosques y el agua son un tesoro que día a día van adquiriendo mayor interés de
parte de muchas personas que buscan darle otro tipo de valor agregado a sus
vidas y han dejado atrás las ciudades de cemento y aglomeración humana.
Luego
de dejar mi equipaje de viaje en la sala donde se aposta el personal de guardia
y atención de público de la repartición naval ubicada cerca del muelle de
pescadores, caminé a la frutería más cercana para comprar un plátano y una
naranja a modo de asegurarme disfrutar sus sabores, previendo que no dispondría
de ese tipo de alimentos durante los próximos cuatro días de estadía y trabajo
a bordo. Estaba en esos afanes cuando mi colega de trabajo y yo nos encontramos en la calle.
Él había llegado hacía pocos minutos a la ciudad, para asumir también la tarea para la cual habíamos
sido designados desde la oficina de pilotaje en Valparaíso.
La
silueta de la motonave “Top Fortune” se veía claramente en las cercanías del
Faro Corona cuando dejamos el muelle en la lancha “Río Pudeto”, en ella su
tripulación nos recibió como siempre, de manera cálida y con buen sentido del
humor. Mientras avanzábamos al punto de reunión de ambas naves, confirmamos con
el Capitán la banda (o lado) para abarloarnos a ella y también la posición de
la escala de prácticos cuyo extremo inferior debía situarse a un metro sobre el
agua aproximadamente. Cuando ambas naves estuvieron a una
distancia
aproximada de una milla marina y de acuerdo a las instrucciones dadas de
nuestra parte en la comunicación radial sostenida con el mercante al momento de
su ingreso a la “zona de transferencia”, esta giró a babor con fuerza para brindarnos
la protección necesaria del viento y marejada proveniente desde el océano. Poco
tiempo después, cuando los cascos de las naves se encontraron adosados,
trepamos la escala para alcanzar la cubierta principal del buque y continuar
nuestro ascenso para adentrarnos en el Puente de Gobierno. Luego del esfuerzo
físico que demandó subir los peldaños de madera manteniéndonos bien agarrados
de las cuerdas que dan forma al dispositivo dicho, caminamos por la amplia
cubierta de acero y luego ingresar al caserío. Las escalas interiores de la
superestructura del granelero aportaron con su cuota al esfuerzo físico que la
maniobra había demandado, de modo que al llegar a darle la mano al Capitán de
nacionalidad china yo estaba casi jadeando. Bueno, digo esto solo por mí, pues
no advertí en qué estado de cansancio llegó mi colega al mismo lugar.
Posterior
al apresurado saludo de rigor con la gente de abordo, enfilamos rumbo hacia la
“campana grande”, una isla que se ubica en el sector occidental norte del Canal
Chacao. Así, se dio inicio a una nueva travesía con destino a la Patagonia
magallánica.
La
nave granelera de casi 200 metros de eslora que había zarpado unas 30 horas
antes desde el puerto de Coronel, en la
VIII Región, ahora se dirigía hacia su nuevo puerto de carga, Paranaguá, en el Estado
de Santa Catarina donde embarcará 50.000 toneladas de maíz en grano con destino
a Japón, la tierra del sol naciente. Brasil, país reconocido a nivel mundial
por la samba, el fútbol y la cachaza, es también un tremendo exportador de
materias primas, vehículos motorizados, cítricos y azúcar, entre otros bienes
de consumo global. Mientras el buque
navega hacia la costa brasilera, la tripulación se afana preparando sus bodegas
que transportaron 60.000 toneladas de carbón, ya descargadas en el puerto de
Coronel. Ese cargamento había sido tomado en el puerto de Guaymas, estado de Sonora,
Méjico.
El
clima estuvo de nuestro lado durante los tres y medio días que demoramos en el
trayecto desde Ancud hasta la Bahía Posesión y mientras el tiempo transcurría
fuimos encontrándonos con algunas naves de menor tamaño que sirven en la logística
de la industria salmonera. En la actualidad los canales que se encuentran al
norte del Golfo de Penas hasta Puerto Montt, ya no bastan para criar las miles
y miles de toneladas de salmón –el “pollo de mar” según el apodo que le he
dado- ahora se producen también en canales cercanos al Estrecho de Magallanes,
en la Patagonia chilena. Hombres y mujeres que viven en Puerto Natales y Punta
Arenas, como también las personas que trabajan en los centros de cultivo han
encontrado una oportunidad de trabajo para satisfacer sus necesidades
cotidianas de sustento, educación y desarrollo personal.
Los
canales del sur de Chile desde hace casi cuatro décadas ya no son los mismos,
ni serán otra vez iguales. La industria llegó para quedarse por tiempo
indefinido. Indudablemente que ejerciendo todos los involucrados sus roles con
celo y esmero todo debería ir bien.
Ya
se aproxima la lancha “Kaitek” -resplandor del sol, en lengua yagana- es
momento de desembarcarnos pues nuestro trabajo ha llegado a su término…