EMBARCO EN BT HUEMUL
Jaime Barrientos Proboste
Buque Tanque “Huemul” – Terminal Calbuco -
Muelle San José - Portuaria Cabo Froward
Valparaíso había amanecido con un cielo parcialmente cubierto y con
cierto aire cálido en el ambiente, lo que no es usual en el mes de Mayo. Había transcurrido
media mañana, cuando subí las escalas del edificio donde debía entregar mis
documentos de embarco para su revisión y fotocopiado.
Alfredo, al momento de saludarnos, me dijo: “Capitán! llega usted justo
a tiempo, ¿está en condiciones de volar a las 2 p.m. para embarcarse en el
“Huemul”? Tendría que salir hacia el aeropuerto al mediodía. Ya en el mes de
Febrero pasado, me había comentado acerca de la ocasión por la que ahora
estábamos conversando nuevamente. Le contesté que sí, de manera que en la hora
y media que tenía por delante, regresé a mi hogar y llené una maleta con todo
lo necesario para el viaje. Poco tiempo pasó desde que me desocupé de esos
afanes, cuando llegó el vehículo que me llevaría a la terminal aérea capitalina.
Mientras nos desplazábamos por la Ruta 68, pensaba en que habían transcurrido
14 años desde mi última estadía en el puerto de Caldera. Lugar que ocupa gratos
recuerdos en mi memoria, debido a que en no pocas ocasiones, mientras el
“Alpaca” estaba descargando productos limpios del petróleo, vale decir,
gasolinas, petróleo diesel, y kerosene de aviación; junto a otros integrantes
de la dotación, arrendábamos una cancha de baby-fútbol. Allí, teníamos la
oportunidad de estrechar el vínculo de amistad y buena relación personal,
corriendo detrás de una pelota. En dichas partidos o “pichangas” y luego de 2
horas de juego, quedábamos extenuados, pero contentos de haber quemado algunas
grasas corporales y ejercitado nuestros cuerpos poco acostumbrados a
movimientos enérgicos. La vida a bordo transcurría sin sobresaltos y en un
grato ambiente de trabajo y camaradería. Una modesta actividad deportiva contribuía
en mucho para que eso fuese una realidad. Cómo no recordar las ocasiones en que
también teníamos la oportunidad de zambullirnos por un par de horas en la playa
de Bahía Inglesa. Ah! magnífico momento para dar esparcimiento al espíritu y
relajo al cuerpo, luego de brazadas y chapuzones en el agua de esa playa que
año tras año atrae a muchos visitantes que llegan a la Región de Atacama. La
combinación de amistad y esparcimiento de calidad, dentro de una dotación a
bordo de una nave mercante, es un buen estímulo que ayuda para llevar a cabo un
buen trabajo de parte de todos quienes la integran. En los tiempos actuales,
sería bueno considerarlo ya que se observa que la vida a bordo, se desarrolla en un ambiente más
personal y privado, tal vez, por efecto de la posesión de medios de
comunicación y audiovisuales que la tecnología actual a la mano provee con
cierta facilidad. Trabajo y ostracismo e individualismo, no es una buena
combinación. Sí lo es, en lo posible, aprovechar las instancias de contacto con
la naturaleza y la práctica de algún ejercicio físico grupal, como también la
camaradería en los espacios comunes que la nave pueda ofrecer. A bordo,
históricamente han existido también las mesas de “pin– pon”, las que en su
simpleza, brindan la ocasión para la necesaria “liberación de tensiones”
acumuladas, tanto por los ritmos de trabajo como por decenas de noches en que
el sueño no ha sido posible conciliar a causa de movimientos de la nave más
allá de lo normal y resultantes de condiciones de mar adversas.
El automóvil se aproxima a la plataforma de embarque de pasajeros, por
lo que suspendo mis recuerdos y vuelvo al tiempo presente.
Luego de 60 minutos de vuelo, el desierto se deja ver desde el aire,
vasto y vacío, al menos eso parece desde los 15000 pies según ha informado el
capitán del avión, agregando que en poco tiempo más estaremos aterrizando. A lo
lejos se divisa Bahía Inglesa y la extensa playa contigua al balneario conocido
de muchos. Calderilla y Caldera se muestran poco, es que las nubes no permiten
verlas con claridad. El avión se posa en la loza y carretea hacia el lugar de
desembarco. La terminal aérea aquí es nueva para mí y pronto puedo darme cuenta
de que tiene un diseño distinto a las del sur de nuestro país. La adornan
plantas y flores que contrastan con el árido desierto y hacen frente a la seca
climatología del lugar.
La escala de desembarco ya está adosada a la estructura de la aeronave y
puedo pisar el suelo nortino, ese donde a no tantos kilómetros, se llevó a cabo uno de los rescates de un grupo de
mineros más espectaculares en la historia de muchos países enfrentados a
situaciones análogas de infortunio.
La autopista de color negro y delimitaciones blancas va siendo
transitada a velocidad moderada. Su conductor me lleva hacia Caldera, donde una
vez arribados, me dirijo a la Capitanía de Puerto. Allí, le entrego mi Libreta
de Embarco al funcionario a cargo de ese tipo de trámites. La hojea buscando
los respectivos sellos e inscripciones que dan cuenta que todo está en orden y
vigente. Terminada su revisión, estampa un adhesivo que señala que me embarcaré
en el cargo de Capitán del Huemul. También pone su rúbrica y me la devuelve.
“Lahuán”, es el nombre de la embarcación que me llevará al costado del
buque amarrado al terminal petrolero ubicado en el sector norte de la bahía.
Mientras se separa y aleja del muelle tomo algunas fotografías del paisaje ante
mis ojos. Ha pasado bastante tiempo desde que lo vi antes de cambiar de
trabajo. Los cortos 7 años que estuve en buques administrados por Humboldt,
fueron años felices, no solo para mí, sino que también para mi familia. En esos
años, tuvimos la ocasión de navegar juntos en varias ocasiones, lo que sumado
al hecho de estar en un tráfico comercial costero, ayudó a llevar una vida de mayor
contacto con mis seres queridos. Ya había navegado mucho hacia el Lejano Oriente,
Europa, Centro América, Estados Unidos y el cono sur de Sudamérica. Pasado ese
tiempo, el cabotaje fue una etapa posterior. Los puertos de Quintero y San
Vicente se constituyeron en aquellos de recalada frecuente para embarcar
diversos productos líquidos derivados del petróleo. Estos tenían-al igual que
en la actualidad- como destino, los puertos de Guayacán, Caldera, Antofagasta,
Iquique y Arica. Ocasionalmente era el turno de Puerto Montt, Chacabuco y Punta
Arenas. En este último, dada la existencia de un contrato de fletamento entre
Ultragas y Methanex, transportábamos Metanol hacia Punta Escuadrones y Quintero,
a los terminales de Oxiquim. El “Alpaca” y varias de sus dotaciones, tuvieron
roles protagónicos en el naciente negocio del transporte de productos químicos llevados
a cabo por un armador establecido en Chile. No fue menor el hecho que en
Londres –por testimonio de un inspector de carácter técnico contratado por
Shell- se hubiesen sorprendido, ante el
hecho que una nave dedicada a transportar petróleo, pudiese también llenar sus
estanques de carga con un producto químico de la mayor exigencia en cuanto a la
condición que debían reunir los espacios donde se cargaría. El mérito de todos
aquellos tripulantes y oficiales que participaron en la tarea para acondicionar
los estanques y contribuir al negocio naviero de manera exitosa, fue siempre
reconocido y motivo de orgullo propio también. Luego de algunos años en ese
quehacer, se sumó a la tarea en cuestión, un buque quimiquero cuyo nombre fue “Vicuña”,
de origen danés y habiendo sido de propiedad de “Jo Tankers”.
El Contramaestre, don Luis Toloza, fue la primera persona con quien nos
estrechamos en un abrazo que expresaba el aprecio mutuo. Fue mucho lo que
aprendí de él cuando llegué por primera vez a un buque tanque. Él, junto a un
bombero también reconocido en Humboldt, don Luis Araneda, fueron descubriendo
ante mí algunos de los misterios y tecnicismos de este tipo de buques. Pocos
minutos después, en la puerta del camarote del Capitán, nos saludamos
afectuosamente después de habernos conocido y navegado juntos 18 años atrás. En
ese tiempo era el tercer oficial, don Rodrigo Rojas. Ahora, yo debería tomar su
puesto por un corto período de tiempo.
La hora del zarpe llegó y la nave una vez fuera de la bahía de Caldera,
puso proa hacia el sur.
Quintero es el próximo puerto, allí se llenarán los estanques de carga
con los ya mencionados productos, para luego transportarlos hacia el terminal
petrolero de la décima región. Se trata del Terminal Calbuco y su muelle “San
José” de propiedad de Portuaria Cabo Froward, emplazado en un sector conocido
con el nombre de “Pureo”.
El buque ya ha abandonado el terminal de Enap-Aconcagua y permanece
fondeado aprovisionándose de frutas y verduras. También está cargando
lubricantes para la maquinaria existente a bordo. Luego, al concluir esto,
zarparemos hacia el sur nuevamente.
Es la tarde del sábado, “la roja de todos” hace lo suyo allá en el
altiplano boliviano, conquistando tres puntos luego de triunfar por dos goles a
acero. La navegación transcurre apacible, poco viento del sur y el mar es de un
oleaje de poca altura que no ofrece mayor resistencia al paso del “Huemul”. La
costa de la VIII región está por babor y todavía restan unas 38 horas antes de
entrar a los canales chilotes. Por allá lejos, el Canal Chacao espera. Es el
acceso norte de de una zona en que abunda el color verde de la vegetación, los
techos plateados se observan por doquier y se percibe el humo de las chimeneas
de las cocinas hogareñas. Allí, en ese espacio íntimo de cada hogar es donde transcurre
la mayor parte de la vida, en el renombrado archipiélago de mitos y leyendas
como también de creciente desarrollo. La actividad acuícola y salmonera, ha
contribuido notablemente al bienestar de una sociedad que algún día, estará
verdaderamente conectada con el norte del país de concretarse la construcción
de lo que sería un verdadero ícono nacional, el puente sobre el canal que une
el Océano Pacífico con el Golfo de Ancud.
Poco falta para que la luz de un nuevo día se haga presente en Chiloé.
El Faro Punta Corona se deja ver con fuerza por nuestra proa y cuando estemos
en sus cercanías, enfilaremos en dirección este para ingresar a las protegidas
aguas de los canales sureños.
Mientras amanece, ya se aprecian las destellantes luces rojas del
cableado eléctrico que cruza el Chacao en su sector más angosto. La corriente
de llenante ya se hace sentir, por lo que nuestra velocidad se verá
incrementada notoriamente por acción de la luna que se encuentra plena y más
cerca de lo habitual en su rotación alrededor del planeta en que vivimos. Tenemos
mareas de sicigias, o sea, las de mayor amplitud que se puedan experimentar por
estos días del año.
Aún está oscuro cuando nos aproximamos a la entrada del canal flanqueado
por la Punta Corona y la Isla Sebastiana. Sólo restan un par de horas para que
la luz de un nuevo día se haga manifiesta, mientras tanto, las luces del
alumbrado eléctrico de Ancud se ven con claridad, permitiendo dar cuenta de la
población que cobija en sus verdes y suaves colinas. Son aproximadamente 40.000
almas que se mueven cada día en esa pequeña ciudad enclavada en la parte norte
de la Isla Grande de Chiloé. Desde allí, en el mes de Mayo de 1843 zarpó la
goleta de igual nombre que la ciudad, siendo su comandante, don Juan Williams
Rebolledo que transcurridos 4 meses de azarosa navegación por canales y mar
abierto, llegarían a izar el pabellón patrio en la costa occidental del paso
oceánico que une los océanos Atlántico y Pacífico. El Estrecho de Magallanes
desde ese instante y por determinación de don Manuel Bulnes, pasó a ser parte
de nuestro territorio. El sueño de O´Higgins se había hecho realidad.
La Bahía de Ancud contiene un área que se le denomina: “Estación de
Prácticos”, vale decir, es un sector
delimitado por un círculo de casi 1 milla de radio, donde se produce el embarco
o desembarco de Prácticos de Canales. Ellos son capitanes de la marina mercante
–también hay oficiales en retiro provenientes de la marina de guerra- que son parte
de un grupo de profesionales calificados y habilitados, para ejecutar la
función de asistencia a la navegación en aguas interiores de nuestro país en aquellas
naves –mayoritariamente extranjeras- que lo soliciten. Es la Oficina de
Practicaje y Pilotaje, dependiente de la Dirección General del Territorio
Marítimo y Marina Mercante, en quien descansa la prestación del servicio que
incluye también la tarea de asistir las maniobras de atraque y desatraque en
los puertos de la república.
Luego de navegar un par de horas en el Golfo de Ancud, estamos próximos a ingresar al Paso Quihua.
Desde allí hasta el terminal donde se efectuará la descarga de gasolinas y
petróleo diesel solo restan casi seis millas marinas.
El práctico de puerto ya está a bordo, ha venido desde la ciudad de Puerto
Montt distante 50 kilómetros aproximadamente. Un remolcador nos escolta y apoya
en la maniobra de amarre que se desarrolla normalmente. El viento que sopla del
suroeste contribuye a posicionar a la nave que se apoya suavemente en las
estructuras dispuestas para llevar a cabo el trabajo de transferencia de la
carga.
Ya es pasado el mediodía, el almuerzo está servido…